viernes, 6 de septiembre de 2013

San José Manyanet y Antonio Gaudí, dos santos y un gran sueño, por Sergio Cimignoli, S.F.

Entre las ciudades europeas, Barcelona es moderna y dinámica. Los reclamos son muchos y de todo tipo. Pero, sin duda, en los últimos años, el principal ha sido el arte de Antonio Gaudí.

Gaudí es el único arquitecto moderno que recibe cada año el reconocimiento de más de dos millones de visitantes. Todos quedan encantados por la originalidad y actualidad de un artista genial, audaz, revolucionario... un "enamorado" de la belleza.

Gaudí no pertenece a un movimiento arquitectónico; único en su género, experimentó soluciones nuevas, nunca antes intentadas.

Más allá del esplendor, la originalidad y la belleza de las obras y proyectos de Gaudí, está la extraordinaria riqueza de su persona y de su fe. El fue un cristiano ejemplar y vivió la fe como fundamento de su vida y su trabajo. Incluso el principio que le guiaba en sus opciones artísticas derivaba de la fe.

Se consideraba un "imitador", no un creador de formas, porque el único creador es Dios. Gaudí, decía: "El hombre continúa la creación con su trabajo. Dios continua la creación a través del hombre".

Un encuentro providencial

Cuando el 3 de noviembre de 1883, su fe y su genio artístico se encontraron con la idea de otro "santo", también su vida y sus intereses cambiaron y poco a poco renunció a todo, fama y dinero, para dedicarse completamente al proyecto y la construcción del Templo expiatorio de la Sagrada Familia, poniéndose totalmente al servicio de un cliente "que no tiene prisa".

La idea era de José Manyanet, un sacerdote con una visión y con unos proyectos igualmente geniales, arriesgados y proféticos. Su sueño era construir una sociedad nueva a través de la familia y proponiendo a la Sagrada Familia como modelo: "Hacer del mundo una familia, de cada familia un Nazaret". Era todavía joven pero ya había decidido dedicar su vida a la realización de su sueño, hasta le punto de proponer la construcción de un símbolo visible de su proyecto.

El 24 de junio de 1869 manifestó su idea en una carta dirigida a D. José Caixal, su obispo de la diócesis de Urgell. Al final de la carta hay una apostilla, escrita por el mismo José Manyanet cuando la construcción del templo se había iniciado: "Nota. Este pensamiento lo comuniqué más tarde al Sr. D. Jose Bocabella (a) Viuda Pla, de Barcelona, quien lo inició en El Propagador de la Devoción a San José, dando todo esto pie al levantamiento del famoso templo de la Sagrada Familia".

Hubo un momento en que se intentó que fuese el propio Manyanet el que se hiciera cargo de la animación del templo, pero él estaba demasiado ocupado en la fundación de sus congregaciones religiosas y no le fue posible aceptar, pero en cualquier caso permaneció fiel a su compromiso de sostener, con la oración y la entrega de donativos, su idea.

El mismo Gaudí, más de una vez, en su sencillez y humildad, admitió sentirse apoyado por personas desconocidas: "Nadie puede gloriarse —dijo una vez— porque todo esto es don de Dios; a menudo Él se sirve de cualquiera... A veces creemos que nos toca a nosotros la gloria de aquello que es bueno y los meritos que cada uno de nosotros, con su talento, se ha ganado realizando algo importante; cuando en realidad, se debe a un alma desconocida que reza por el éxito de una persona más conocida".

Muchos patrocinadores se han ofrecido para acelerar los trabajos, pero no obstante las presiones tan atractivas, han sido rechazados. El Padre Manyanet y Gaudí quisieron que se edificase solo y exclusivamente con la caridad, las limosnas del pueblo. "En la Sagrada Familia —dice Gaudí— todo es fruto de la Providencia, incluso mi participación como arquitecto". Y para decirlo con pocas palabras, añadía: "Este templo lo acabará San José".

Cuando en 1915 los fondos para la construcción del templo escaseaban, se hizo él mismo pobre, llegando a pedir limosna entre la rica burguesía de Barcelona para continuar la obra. Florecieron así las anécdotas y leyendas acerca de un hombre que había renunciado al dinero y a la fama, por una empresa que muchos consideraban imposible.

Originalidad y simplicidad de la naturaleza y de Nazaret

José Manyanet y Antonio Gaudí estaban guiados, en sus proyectos, por la misma idea madre.

Gaudí creía que su responsabilidad era unir con un "hilo de oro" la creación de Dios, la naturaleza con la arquitectura. Buscaba las soluciones en la naturaleza y las transfería a la arquitectura. Decía: "Mi maestro es el árbol del jardín que está frente a mi ventana".

Estaba convencido de que "la originalidad consiste en la vuelta a los orígenes; original es, por lo tanto, aquello que con medios nuevos permite volver a la simplicidad de las soluciones primeras".

Manyanet decía:

"Volvamos a la simplicidad de Nazaret donde todo tuvo su inicio. Vayamos cada día a Nazaret, porque ellos, Jesús, María y José, son nuestros maestros; tomemos de ellos los secretos para la reconstrucción de la familia, de la Iglesia y de una nueva sociedad, con medios y mentalidad nueva. Atemos con un 'hilo de oro' la experiencia de aquella extraordinaria Familia a la vida de las familias de hoy, para transmitir las bases sólidas que crean relaciones sanas y educativas".

Ambos estaban fascinados por el misterio de la Encarnación. Gaudí, al inicio del siglo XX, trabajaba en la edificación de la fachada del Nacimiento, la única de las tres que ha sido construida bajo su dirección. Quiso comenzar con la fachada dedicada a la Encarnación, "porque los misterios de la infancia de Jesús son aquellos que hablan más directamente al corazón del pueblo".

También José Manyanet estaba convencido de que el camino más cercano al corazón de la gente, para la edificación de las buenas familias, debe partir de nuevo desde Nazaret.

Gaudí, según el decir de aquellos que le conocieron, era un "santo" muy humilde, muy religioso. Mientras construía la Sagrada Familia, la Sagrada Familia, le construía a él espiritualmente.

"Ve, repara mi casa"

Manyanet se identifica con el discípulo que cada día aprende algo nuevo del misterio de Nazaret. También para él se trata de acercase a Nazaret para dejarse transformar por la Sagrada Familia.

Ambos, como Francisco de Asís, amantes de la sencillez, poseían un espíritu extraordinario de pobreza y también a ellos el Señor les dice: "Ve, repara mi casa".

Gaudí responde a este mandato construyendo un templo con piedras que hablan: "Uno ve las piedras de la Sagrada Familia y es evangelio puro. La Sagrada Familia es un libro para todo el mundo, para quien tiene fe y para quien sabe leer con el corazón y con la mente".

Por esto la arquitectura de Gaudí la comprenden mejor los niños que los arquitectos, porque los niños no tienen prejuicios, conservan todavía la inocencia. Ven una cosa que es agradable porque se asemeja a la naturaleza, y la naturaleza es placentera.

El cardenal Pietro Palazzini, prefecto de la congregación para las Causas de los Santos cuando José Manyanet fue proclamado beato, tuvo la responsabilidad de examinar los documentos y los testimonios referidos a su persona y a su obra. De todo esto se formó una opinión personal: "Por los estudios hechos sobre Manyanet y por los escritos de los testimonios, yo le considero como un nuevo san Francisco de Asís, a quien un día Jesús dijo: 'Ve, repara mi casa".

La casa para reparar de la cual había sido encargado era la familia, entonces muy amenazada en España y en algunos lugares de Europa. Y esto porque, como dice san Pablo, el carisma de los fundadores no les es concedido a título personal, sino "en vista del bien común" (1 Cor 2,11).

Si cada fundador tiene una misión, el cielo encomendó a Manyanet el cuidado de la iglesia doméstica, la familia, y ella fue el objeto primordial de sus preocupaciones pastorales.

Dos iniciativas con futuro

Les une también una última coincidencia no menos importante. Manyanet a los 31 años renunció a una carrera eclesiástica brillante para dedicarse al carisma que el cielo le confiaba y que le ocasionó tantas lágrimas y sudores.

Gaudí a los 31 años, ya un artista con futuro, recibió el encargo de construir el templo de la Sagrada Familia. Trabajó en él durante 43 años. A partir de 1910 renunció a cualquier otro encargo, para dedicarse exclusivamente al templo.

En el último año de su vida eligió vivir en el templo, como hacían los antiguos artistas y artesanos. El sabía que no podía unir su nombre a la obra acabada: "No quisiera yo terminar los trabajos, porque no sería conveniente. Es necesario conservar siempre el espíritu del monumento, pero su vida debe depender de las generaciones que se lo transmitan y con las cuales la Iglesia vive y se encarna".

Gaudí fue sepultado en la cripta, pero su genio de "artista total" está tan vivo y presente que visitando su obra de arte, en construcción, parece que uno se encuentra en una cantera de las catedrales de la Edad Media. El espíritu y el fervor de las obras es aquél..., solo que los andamios y las estructuras precarias de antes han sido sustituidos por grúas imponentes, ascensores, técnicas de trabajo vanguardistas, arquitectos, ingenieros, y trabajadores con cascos brillantes. Pero algunos jarrones de flores, bien cuidados, cercanos a los talleres de los trabajadores del templo, nos remiten a la idea de la belleza de la naturaleza, de la cual han sido "robadas" las figuras arquitectónicas más audaces del templo.

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