José Manyanet está convencido de que es siempre mejor recurrir a una santa y noble motivación que castigar: "Nuestro método de educar y de enseñar se debe distinguir justo por esto: saber entretener y animar a los niños sin castigarlos o castigándolos poco... Cuando mejor es la educación, menos tiene necesidad de castigar; cuanto menos frecuentes son los castigos, tanto son más eficaces".
Si el castigo fuera necesario, sea dirigido a corregir los comportamientos equivocados y no a humillar a la persona: "Cuando hay que reprender a alguien es necesario huir de las palabras humillantes y mordaces, evitando cualquier tipo de exageración".
Pero cuando el castigo llega a estar justificado, es necesario tener el coraje de castigar: "Un castigo justo no es odio, sino un acto de verdadero amor.
Es mejor castigar que permitir la perdición temporal y eterna de uno mismo. Demasiada compasión es debilidad y la debilidad es altamente perjudicial para los niños...
Es mejor castigar cuando los niños son muy pequeños, después la edad, si se está atento, perfecciona las cosas por sí mismas".
El educador "no se tiene que mostrar nunca enfadado, irritado, colérico o amigo de los castigos...
Nunca castigos con rigor y mucho menos con golpes.
La penitencia ha de servir de estímulo y no para mortificar...
Para que el castigo sea eficaz es necesario darle el justo valor: ha de ser un castigo equilibrado y proporcionado...
A los castigos dados con demasiada frecuencia y de un modo indiscriminado, los niños se acostumbrarán y estos perderán eficacia".
Si el castigo fuera necesario, sea dirigido a corregir los comportamientos equivocados y no a humillar a la persona: "Cuando hay que reprender a alguien es necesario huir de las palabras humillantes y mordaces, evitando cualquier tipo de exageración".
Pero cuando el castigo llega a estar justificado, es necesario tener el coraje de castigar: "Un castigo justo no es odio, sino un acto de verdadero amor.
Es mejor castigar que permitir la perdición temporal y eterna de uno mismo. Demasiada compasión es debilidad y la debilidad es altamente perjudicial para los niños...
Es mejor castigar cuando los niños son muy pequeños, después la edad, si se está atento, perfecciona las cosas por sí mismas".
El educador "no se tiene que mostrar nunca enfadado, irritado, colérico o amigo de los castigos...
Nunca castigos con rigor y mucho menos con golpes.
La penitencia ha de servir de estímulo y no para mortificar...
Para que el castigo sea eficaz es necesario darle el justo valor: ha de ser un castigo equilibrado y proporcionado...
A los castigos dados con demasiada frecuencia y de un modo indiscriminado, los niños se acostumbrarán y estos perderán eficacia".
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