Sus padres se llamaban Antonio Manyanet y Buenaventura Vives. Fue el pequeño de la familia. Sólo sobrevivieron dos hermanos y dos hermanas. ¡Tiempos de muchos obstáculos a la supervivencia! Lo llevaron a bautizar el mismo día. Las aguas claras de la pila bautismal románica de la basílica de la Virgen de Valldeflors lo envolvieron amorosamente y lo vistieron de nieve con la nueva vida de los hijos de Dios.
Su padre era campesino y su madre se encargaba de cuidar a los hijos y de las tareas del hogar. No sobraba nada en aquella casa que luchaba por aguantar en tiempos de escasez y revoluciones.
De repente, el puñal de la muerte desgarró a la familia: el padre moría el 5 de septiembre de 1834, a los 44 años. José tenía sólo un año y medio. Buenaventura, la madre, era una mujer de profundas convicciones cristianas y aceptó con serenidad la cruz. Era dulce y paciente, pero firme y con carácter. Confiada en la Providencia, no ahorró esfuerzos para sacar adelante a la familia, aunque a veces se sentía abrumada.
La casa era vecina a la Iglesia. Entre idas y venidas, hacia escapadas a la Virgen para abrirle el corazón y pedir su ayuda. Un día, cuando el pequeño de la familia ya tenía cinco años, se lo llevó para ofrecérselo a esta Madre bondadosa. De mayor, por orden de su director espiritual, José Manyanet dejó por escrito algunos de estos recuerdos:
Mi madre, que conocía mi inclinación a la belleza, un día me llevó a una casa muy grande, donde vi a una Señora de imponderable perfección. Mi madre le habló un largo rato en voz baja... Yo, queriendo adivinar por el movimiento de sus labios lo que decía, me di cuenta de que unas grandes lágrimas manaban de sus ojos... Mi madre lloraba... "¿Cuál es la causa de tu llanto?", le pregunté. Pero ella, sin hacerme caso, entre sollozos afligidos, le dice: "María, aquí tienes a tu hijo..." También yo lloré, y después de cerrar los ojos, vi con los del alma (y no fue un sueño, sino una realidad, ya que se lo expliqué a mi madre y aún hoy lo recuerdo perfectamente)... Sí, yo la vi, cuando llena de majesta y belleza compasiva, abriste hacia mí tus brazos y me estrechaste en tu corazón inmaculado. "¡Oh, María, yo te amo!..."
Este hecho marcó profundamente su vida. Desde entonces, José se sintió siempre protegido y apoyado por la Virgen, sobre todo en las opciones fundamentales de su vida.
La primera caricia de la Virgen le llegó a través del celoso sacerdote Valentín Lledós, un beneficiado de Tremp, de familia de sastres que, en el corazón del invierno, encontró a José en la puerta de la iglesia temblando de frío y lo vistió con un vestido tejido de protección y ternura. Fue su tutor y lo consideraba como a un hijo, lo preparó para los sacramentos, lo hizo monaguillo de la parroquia, le dio las primeras lecciones de latín y cultivó su vocación sacerdotal. Un buen maestro de la escuela pública, José Espessier, colaboró activamente en la educación e instrucción primaria de José.
Fuente: San José Mañanet, profeta de la familia, por Josep Roca (2007).
Su padre era campesino y su madre se encargaba de cuidar a los hijos y de las tareas del hogar. No sobraba nada en aquella casa que luchaba por aguantar en tiempos de escasez y revoluciones.
De repente, el puñal de la muerte desgarró a la familia: el padre moría el 5 de septiembre de 1834, a los 44 años. José tenía sólo un año y medio. Buenaventura, la madre, era una mujer de profundas convicciones cristianas y aceptó con serenidad la cruz. Era dulce y paciente, pero firme y con carácter. Confiada en la Providencia, no ahorró esfuerzos para sacar adelante a la familia, aunque a veces se sentía abrumada.
La casa era vecina a la Iglesia. Entre idas y venidas, hacia escapadas a la Virgen para abrirle el corazón y pedir su ayuda. Un día, cuando el pequeño de la familia ya tenía cinco años, se lo llevó para ofrecérselo a esta Madre bondadosa. De mayor, por orden de su director espiritual, José Manyanet dejó por escrito algunos de estos recuerdos:
Mi madre, que conocía mi inclinación a la belleza, un día me llevó a una casa muy grande, donde vi a una Señora de imponderable perfección. Mi madre le habló un largo rato en voz baja... Yo, queriendo adivinar por el movimiento de sus labios lo que decía, me di cuenta de que unas grandes lágrimas manaban de sus ojos... Mi madre lloraba... "¿Cuál es la causa de tu llanto?", le pregunté. Pero ella, sin hacerme caso, entre sollozos afligidos, le dice: "María, aquí tienes a tu hijo..." También yo lloré, y después de cerrar los ojos, vi con los del alma (y no fue un sueño, sino una realidad, ya que se lo expliqué a mi madre y aún hoy lo recuerdo perfectamente)... Sí, yo la vi, cuando llena de majesta y belleza compasiva, abriste hacia mí tus brazos y me estrechaste en tu corazón inmaculado. "¡Oh, María, yo te amo!..."
Este hecho marcó profundamente su vida. Desde entonces, José se sintió siempre protegido y apoyado por la Virgen, sobre todo en las opciones fundamentales de su vida.
La primera caricia de la Virgen le llegó a través del celoso sacerdote Valentín Lledós, un beneficiado de Tremp, de familia de sastres que, en el corazón del invierno, encontró a José en la puerta de la iglesia temblando de frío y lo vistió con un vestido tejido de protección y ternura. Fue su tutor y lo consideraba como a un hijo, lo preparó para los sacramentos, lo hizo monaguillo de la parroquia, le dio las primeras lecciones de latín y cultivó su vocación sacerdotal. Un buen maestro de la escuela pública, José Espessier, colaboró activamente en la educación e instrucción primaria de José.
Fuente: San José Mañanet, profeta de la familia, por Josep Roca (2007).
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