jueves, 5 de septiembre de 2013

Nazaret, un carisma para la Iglesia, por Sergio Cimignoli, S.F.

Sin un amor no se puede vivir. Cada uno de nosotros vive un tiempo especial en el que nace y crece dentro del propio corazón el amor que marca para siempre la vida y sus decisiones.

José Manyanet desde joven se sintió fascinado por la devoción a María. Por el nombre que llevaba, sintió una simpatía particular por san José y, ellos, María y José, le llevaron a Jesús. Se encontró siendo uno de casa en Nazaret: un hijo que gozaba de la intimidad de la Sagrada Familia.

Poco a poco esto llegó a ser su gran amor, el centro y el punto de apoyo que movió toda su vida: "Experimentando espiritualmente la intimidad de vida con Jesús, María y José, llegó a ser hijo, testigo y apóstol del misterio de la Sagrada Familia" (Juan Pablo II).

Nazaret llegó a ser también el carisma y la espiritualidad que él dejó a la Iglesia: entender hasta el fondo el realismo de la encarnación del Hijo de Dios que realiza la redención de la humanidad en el seno y con la ayuda de la familia humana.

Juan Pablo II en la Carta a las familias escribe: "En el misterio de la Sagrada Familia el Esposo divino realiza la redención de todas las familias y proclama el Evangelio de la familia".

José Manyanet, descubierta la riqueza de la casa de Nazaret, se enamoró y vivió establemente en él contemplando y escuchando con el corazón aquello que, poco a poco, Jesús, María y José le sugerían para estar de modo concreto al servicio de los jóvenes y de las familias.

Él ofreció su vida para que la Sagrada Familia fuera un punto de referencia para todo cristiano, para todas las familias, para las comunidades religiosas, para la Iglesia y para la sociedad.

En sus escritos se presenta convencido de que cualquiera que se acerca, con ánimo libre, a este misterio fácilmente se enamora de él.

No es una devoción cualquiera, sino el camino más breve y sencillo para acercarse a la verdad y a la intimidad más profunda con Dios-Trinidad del cielo. La Trinidad de la tierra (así llama a menudo a la Sagrada Familia) es un enganche intermedio necesario para llegar a las alturas de Dios y a la profundad de su misterio. Pero no nos deja en suspenso, nos empuja a seguir a Jesús en la concreción y sencillez de la vida de todos los días.

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