Sin un amor no se puede vivir. Cada uno de nosotros vive un tiempo especial en el que nace y crece dentro del propio corazón el amor que marca para siempre la vida y sus decisiones.
José Manyanet desde joven se sintió fascinado por la devoción a María. Por el nombre que llevaba, sintió una simpatía particular por san José y, ellos, María y José, le llevaron a Jesús. Se encontró siendo uno de casa en Nazaret: un hijo que gozaba de la intimidad de la Sagrada Familia.
Poco a poco esto llegó a ser su gran amor, el centro y el punto de apoyo que movió toda su vida: "Experimentando espiritualmente la intimidad de vida con Jesús, María y José, llegó a ser hijo, testigo y apóstol del misterio de la Sagrada Familia" (Juan Pablo II).
Nazaret llegó a ser también el carisma y la espiritualidad que él dejó a la Iglesia: entender hasta el fondo el realismo de la encarnación del Hijo de Dios que realiza la redención de la humanidad en el seno y con la ayuda de la familia humana.
Juan Pablo II en la Carta a las familias escribe: "En el misterio de la Sagrada Familia el Esposo divino realiza la redención de todas las familias y proclama el Evangelio de la familia".
José Manyanet, descubierta la riqueza de la casa de Nazaret, se enamoró y vivió establemente en él contemplando y escuchando con el corazón aquello que, poco a poco, Jesús, María y José le sugerían para estar de modo concreto al servicio de los jóvenes y de las familias.
Él ofreció su vida para que la Sagrada Familia fuera un punto de referencia para todo cristiano, para todas las familias, para las comunidades religiosas, para la Iglesia y para la sociedad.
En sus escritos se presenta convencido de que cualquiera que se acerca, con ánimo libre, a este misterio fácilmente se enamora de él.
No es una devoción cualquiera, sino el camino más breve y sencillo para acercarse a la verdad y a la intimidad más profunda con Dios-Trinidad del cielo. La Trinidad de la tierra (así llama a menudo a la Sagrada Familia) es un enganche intermedio necesario para llegar a las alturas de Dios y a la profundad de su misterio. Pero no nos deja en suspenso, nos empuja a seguir a Jesús en la concreción y sencillez de la vida de todos los días.
José Manyanet desde joven se sintió fascinado por la devoción a María. Por el nombre que llevaba, sintió una simpatía particular por san José y, ellos, María y José, le llevaron a Jesús. Se encontró siendo uno de casa en Nazaret: un hijo que gozaba de la intimidad de la Sagrada Familia.
Poco a poco esto llegó a ser su gran amor, el centro y el punto de apoyo que movió toda su vida: "Experimentando espiritualmente la intimidad de vida con Jesús, María y José, llegó a ser hijo, testigo y apóstol del misterio de la Sagrada Familia" (Juan Pablo II).
Nazaret llegó a ser también el carisma y la espiritualidad que él dejó a la Iglesia: entender hasta el fondo el realismo de la encarnación del Hijo de Dios que realiza la redención de la humanidad en el seno y con la ayuda de la familia humana.
Juan Pablo II en la Carta a las familias escribe: "En el misterio de la Sagrada Familia el Esposo divino realiza la redención de todas las familias y proclama el Evangelio de la familia".
José Manyanet, descubierta la riqueza de la casa de Nazaret, se enamoró y vivió establemente en él contemplando y escuchando con el corazón aquello que, poco a poco, Jesús, María y José le sugerían para estar de modo concreto al servicio de los jóvenes y de las familias.
Él ofreció su vida para que la Sagrada Familia fuera un punto de referencia para todo cristiano, para todas las familias, para las comunidades religiosas, para la Iglesia y para la sociedad.
En sus escritos se presenta convencido de que cualquiera que se acerca, con ánimo libre, a este misterio fácilmente se enamora de él.
No es una devoción cualquiera, sino el camino más breve y sencillo para acercarse a la verdad y a la intimidad más profunda con Dios-Trinidad del cielo. La Trinidad de la tierra (así llama a menudo a la Sagrada Familia) es un enganche intermedio necesario para llegar a las alturas de Dios y a la profundad de su misterio. Pero no nos deja en suspenso, nos empuja a seguir a Jesús en la concreción y sencillez de la vida de todos los días.
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