En encuentro decisivo para José Manyanet, en su infancia, que marcará su vida futura y su decisión de hacerse sacerdote, fue con el joven D. Valentín Lledós.
"Pocos años tenía José Manyanet cuando fue acogido por don Valentín, quien, al encontrarlo una mañana en la puerta de la iglesia parroquial de su ciudad algo desarropado y tiritando de frío, tras breve coloquio, le invitó a que entrara con él en la iglesia, que oyera su misa y que después lo llevaría a su casa para atenderle y vería con su madre lo que podría hacer por él. Procuróle dos vestidos (en casa de don Valentín eran sastres de oficio), y fue tal el cariño que este buen sacerdote sintió por el huérfano Josep Manyanet, que se convirtió desde aquel momento en su verdadero padre y decidido protector".
Desde entonces le ayudará en todo su camino. José, tan pequeño que todavía no alcanzaba bien al altar, se convierte en su monaguillo. Lo introduce en la "schola cantorum" y, en privado, le enseña solfeo y música. Junto a el, cultiva las flores de su jardín, para que no falten nunca a los pies de la hermosa estatua de la Señora de Valldeflors. Estos dos intereses, la música y el jardín, no le abandonarán nunca y los recomendará también a sus comunidades.
Con apenas siete años y medio, cosa inusitada en su tiempo, recibió la primera comunión. Se preparó con algunos días de ejercicios espirituales guiado por su mejor amigo: "A más del señor maestro [José Espessier], me dispusieron para ello mi amado protector, el reverendo Valentín Lledós y algún otro sacerdote".
Esta experiencia, la de ser "adoptado" como hijo por un sacerdote, será determinante para su vocación futura y para sentirse llamado a ser también él un "padre" para tantos hijos. Escribirá en una de sus cartas: "Un padre basta para cien hijos; cien hijos no bastan para un padre".
Como el mismo recuerda, de pequeño, se sintió llamado a la misión de enseñar el catecismo y a explicar el evangelio y la vida de los santos a los amigos de su edad que reunía en casa, en la habitación que su madre había reservado para él. Sus relatos y narraciones enganchaban y todos seguían con atención y con gusto..., incluso porque todo acababa con una buena merienda preparada por la madre.
D. Valentín le preparó, personalmente, para los estudios medios y después lo recomendó a los Escolapios para que lo acogieran en Barbastro en el conocido colegio de las Escuelas Pías.
Fuente: San Josep Manyanet, desde Nazaret, un profeta para la familia, Sergio Cimignoli, S.F.
"Pocos años tenía José Manyanet cuando fue acogido por don Valentín, quien, al encontrarlo una mañana en la puerta de la iglesia parroquial de su ciudad algo desarropado y tiritando de frío, tras breve coloquio, le invitó a que entrara con él en la iglesia, que oyera su misa y que después lo llevaría a su casa para atenderle y vería con su madre lo que podría hacer por él. Procuróle dos vestidos (en casa de don Valentín eran sastres de oficio), y fue tal el cariño que este buen sacerdote sintió por el huérfano Josep Manyanet, que se convirtió desde aquel momento en su verdadero padre y decidido protector".
Desde entonces le ayudará en todo su camino. José, tan pequeño que todavía no alcanzaba bien al altar, se convierte en su monaguillo. Lo introduce en la "schola cantorum" y, en privado, le enseña solfeo y música. Junto a el, cultiva las flores de su jardín, para que no falten nunca a los pies de la hermosa estatua de la Señora de Valldeflors. Estos dos intereses, la música y el jardín, no le abandonarán nunca y los recomendará también a sus comunidades.
Con apenas siete años y medio, cosa inusitada en su tiempo, recibió la primera comunión. Se preparó con algunos días de ejercicios espirituales guiado por su mejor amigo: "A más del señor maestro [José Espessier], me dispusieron para ello mi amado protector, el reverendo Valentín Lledós y algún otro sacerdote".
Esta experiencia, la de ser "adoptado" como hijo por un sacerdote, será determinante para su vocación futura y para sentirse llamado a ser también él un "padre" para tantos hijos. Escribirá en una de sus cartas: "Un padre basta para cien hijos; cien hijos no bastan para un padre".
Como el mismo recuerda, de pequeño, se sintió llamado a la misión de enseñar el catecismo y a explicar el evangelio y la vida de los santos a los amigos de su edad que reunía en casa, en la habitación que su madre había reservado para él. Sus relatos y narraciones enganchaban y todos seguían con atención y con gusto..., incluso porque todo acababa con una buena merienda preparada por la madre.
D. Valentín le preparó, personalmente, para los estudios medios y después lo recomendó a los Escolapios para que lo acogieran en Barbastro en el conocido colegio de las Escuelas Pías.
Fuente: San Josep Manyanet, desde Nazaret, un profeta para la familia, Sergio Cimignoli, S.F.
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