San José Manyanet nos llamó Hijos de la Sagrada Familia, Jesús, María y José ya desde los albores de la fundación. El texto del primitivo Reglamento, de la fórmula de profesión religiosa que usó el Fundador y los primeros religiosos, y de las Constituciones y Reglas, lo tienen así formulado.
Él escribió que "por nuestra vocación somos llamados Hijos de la Sagrada Familia". ¿Qué fue primero la vocación o el título? Puede asegurarse que una y otro nacieron simultáneamente en la oración y contemplación del misterio de la vida de la Sagrada Familia de Nazaret y en la constatación de la situación social de su tiempo.
"Los patronos de nuestra congregación son nuestros Padres, Jesús, María y José, augusta Trinidad de la tierra, dada por el Padre celestial a los hombres como perfectísimo modelo. Téngala nuestros religiosos singularísimo afecto, procuren imitar fielmente sus virtudes y trabajen con celo para propagar su culto y devoción" (Suma 2).
La Sagrada Familia, Jesús, María y José, son nuestros Padres y, por consiguiente, nosotros somos sus Hijos —Hijos de la Sagrada Familia, Jesús, María y José— y Ellos son el modelo dado por Dios a todas las familias de la tierra. Debemos honrarla porque somo hijos; imitarla para hacer proféticamente presente su estilo de vida; y propagar su culto para que las familias vivan su vocación y misión según el plan de Dios revelado a la Sagrada Familia de Nazaret.
La decisión de colocar el Instituto bajo el patrocinio de la Sagrada Familia fue fruto de la gracia de Dios, pues aunque en Francia, Bélgica e Italia existían ya movimientos en favor de la devoción a la Sagrada Familia, en España no los había por lo menos de importancia.
El nuestro es el segundo Instituto masculino que nace en la España del siglo XIX, después de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María, de san Antonio María Claret, y no resulta en los años de preparación de la fundación ninguna conexión ni con el P. Francoz de Lión, ni con los Redentoristas de Lieja, ni con el canónigo de Bolonia, Serafino Giorgi, que son los pioneros de la devoción a la Sagrada Familia en Europa.
Las raíces espirituales del carisma nazareno de san José Manyanet hay que buscarlo en su particular devoción a la Virgen de Valldeflors, patrona de su ciudad, que aparece con el niño Jesús en sus brazos, y a la que fue consagrado en la infancia por su madre, recibiendo la gracia de su aparición, y en su especial devoción a san José, ya sea porque llevaba su nombre —José Joaquín, se llamaba—, ya sea porque había aprendido a amarle al lado del obispo José Caixal, que era un gran devoto josefino.
El salto no fue difícil, sobre todo a través de san José, cuyas prerrogativas de esposo de la Virgen María y Padre de Jesús, lo vinculan necesariamente al Hogar de Nazaret. Ambos —María y José— le introdujeron en la intimidad de la Casa de Nazaret y allí fijó su residencia.
San José Manyanet puso, pues, el Instituto bajo el patrocinio de la Sagrada Familia para que reprodujese y actualizase en el tiempo el misterio de su vida, imitase sus virtudes y tradujese sus valores y los propagase a todos los hogares, ya que encierra un designio de salvación de Dios para la Iglesia y para la sociedad.
Manyanet identifica en Nazaret a la primera comunidad cristiana, la primera comunidad religiosa y la primera iglesia doméstica. Gracias al don de la filiación nazarena, habla siempre de la Sagrada Familia como de "nuestros santísimos Padres" y lo hace con un lenguaje tan familiar y enternecedor que revela el grado de intimidad que había alcanzado. Toda su vida y acción llevan ese sello.
Él escribió que "por nuestra vocación somos llamados Hijos de la Sagrada Familia". ¿Qué fue primero la vocación o el título? Puede asegurarse que una y otro nacieron simultáneamente en la oración y contemplación del misterio de la vida de la Sagrada Familia de Nazaret y en la constatación de la situación social de su tiempo.
"Los patronos de nuestra congregación son nuestros Padres, Jesús, María y José, augusta Trinidad de la tierra, dada por el Padre celestial a los hombres como perfectísimo modelo. Téngala nuestros religiosos singularísimo afecto, procuren imitar fielmente sus virtudes y trabajen con celo para propagar su culto y devoción" (Suma 2).
La Sagrada Familia, Jesús, María y José, son nuestros Padres y, por consiguiente, nosotros somos sus Hijos —Hijos de la Sagrada Familia, Jesús, María y José— y Ellos son el modelo dado por Dios a todas las familias de la tierra. Debemos honrarla porque somo hijos; imitarla para hacer proféticamente presente su estilo de vida; y propagar su culto para que las familias vivan su vocación y misión según el plan de Dios revelado a la Sagrada Familia de Nazaret.
La decisión de colocar el Instituto bajo el patrocinio de la Sagrada Familia fue fruto de la gracia de Dios, pues aunque en Francia, Bélgica e Italia existían ya movimientos en favor de la devoción a la Sagrada Familia, en España no los había por lo menos de importancia.
El nuestro es el segundo Instituto masculino que nace en la España del siglo XIX, después de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María, de san Antonio María Claret, y no resulta en los años de preparación de la fundación ninguna conexión ni con el P. Francoz de Lión, ni con los Redentoristas de Lieja, ni con el canónigo de Bolonia, Serafino Giorgi, que son los pioneros de la devoción a la Sagrada Familia en Europa.
Las raíces espirituales del carisma nazareno de san José Manyanet hay que buscarlo en su particular devoción a la Virgen de Valldeflors, patrona de su ciudad, que aparece con el niño Jesús en sus brazos, y a la que fue consagrado en la infancia por su madre, recibiendo la gracia de su aparición, y en su especial devoción a san José, ya sea porque llevaba su nombre —José Joaquín, se llamaba—, ya sea porque había aprendido a amarle al lado del obispo José Caixal, que era un gran devoto josefino.
El salto no fue difícil, sobre todo a través de san José, cuyas prerrogativas de esposo de la Virgen María y Padre de Jesús, lo vinculan necesariamente al Hogar de Nazaret. Ambos —María y José— le introdujeron en la intimidad de la Casa de Nazaret y allí fijó su residencia.
San José Manyanet puso, pues, el Instituto bajo el patrocinio de la Sagrada Familia para que reprodujese y actualizase en el tiempo el misterio de su vida, imitase sus virtudes y tradujese sus valores y los propagase a todos los hogares, ya que encierra un designio de salvación de Dios para la Iglesia y para la sociedad.
Manyanet identifica en Nazaret a la primera comunidad cristiana, la primera comunidad religiosa y la primera iglesia doméstica. Gracias al don de la filiación nazarena, habla siempre de la Sagrada Familia como de "nuestros santísimos Padres" y lo hace con un lenguaje tan familiar y enternecedor que revela el grado de intimidad que había alcanzado. Toda su vida y acción llevan ese sello.
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