Una vez terminados los cursos de retórica y humanidades (según el currículo escolar de entonces), José Manyanet estaba decidido a entrar en el seminario. De este modo, siempre siguiendo el consejo de Don Valentín, fue al seminario de Lérida para asistir a los cursos de filosofía. No fue fácil, pues no lo aceptaron como interno, ya que no era de la diócesis, y no había ningún puesto de fámulo. No obstante, obtuvo del obispo el permiso de poder frecuentar las clases como alumno externo.
Tuvo que buscarse la vida, hasta que la familia Morlius-Borrás lo acogió como preceptor de sus hijos. De este modo, él disponía de alojamiento y de ayuda para pagarse los estudios y la familia estaba muy satisfecha de sus servicios.
José, sólo un poco mayor que los hijos, los educaba de una manera equilibrada, hasta el punto que le hacían más caso a él que a los mismos padres: "Bastaba una indicación de José para determinarles a obrar, siendo más eficaz el aviso de Manyanet que el de su propio padre que era bastante exigente".
No llegaba, sin embargo, a cubrir los gastos de la inscripción anual: 32 reales. No era una suma excesivamente elevada, pero no pudiendo disponer de ella, pidió y obtuvo "gracia de la matrícula", esto es, la reducción de un tercio o de la mitad de la cuota total.
Seguramente que esto fue humillante para José, y, además, no era fácil trabajar y concentrarse en los estudios (¡como ocurre a todos los estudiantes que trabajan para mantenerse!). Pero, no obstante, los dos primeros años consiguió la calificación de "Bonus" y el tercero la de "Meritissimus" (Excelente).
Quizás fue a partir de esta experiencia que maduró la decisión de dedicar su obra sobre todo a los más pobres: "Los ricos —escribirá años más tarde— tienen colegios para educar a sus hijos; hagamos colegios para educar e instruir a los hijos de los obreros".
Esta experiencia de estudiante y trabajador resultará fundamental a medida que irá discerniendo de una manera más clara la misión a la que se sentía llamado, y organizará su proyecto al servicio de la educación y la familia. De aquí derivó la idea de una pedagogía familiar y la necesidad de una colaboración estrecha entre la escuela y la familia.
De este período también ha sido recogido el testimonio de un compañero de seminario: "José Manyanet poseía el don de la amenidad, pero siempre dentro de los límites más correctos". Esto favorecía el aprecio de los profesores y la admiración de los compañeros.
Probablemente la simpatía y jovialidad de su carácter, además de la atracción de sus veinte años, lo hacían tan atractivo que no tardó una joven mujer adinerada en enamorarse de él. Para atraparlo, ella había recurrido a una estratagema, y él para alejarla, no tuvo otro modo que un sonoro revés.
En la defensa de la castidad fue siempre transparente y muy decidido. Educado y amable con todos, también con las mujeres, pero sin permanecer atado a compromisos afectivos que le habrían hecho perder la libertad de poder vivir plenamente su misión de "padre", siempre disponible para atender a todos. Sabía que la castidad es la virtud que hace posible el amor verdadero y la fuerza que empuja al don total y gratuito de uno mismo.
Fuente: San Josep Manyanet, desde Nazaret un profeta para la familia, Sergio Cimignoli, S.F.
Tuvo que buscarse la vida, hasta que la familia Morlius-Borrás lo acogió como preceptor de sus hijos. De este modo, él disponía de alojamiento y de ayuda para pagarse los estudios y la familia estaba muy satisfecha de sus servicios.
José, sólo un poco mayor que los hijos, los educaba de una manera equilibrada, hasta el punto que le hacían más caso a él que a los mismos padres: "Bastaba una indicación de José para determinarles a obrar, siendo más eficaz el aviso de Manyanet que el de su propio padre que era bastante exigente".
No llegaba, sin embargo, a cubrir los gastos de la inscripción anual: 32 reales. No era una suma excesivamente elevada, pero no pudiendo disponer de ella, pidió y obtuvo "gracia de la matrícula", esto es, la reducción de un tercio o de la mitad de la cuota total.
Seguramente que esto fue humillante para José, y, además, no era fácil trabajar y concentrarse en los estudios (¡como ocurre a todos los estudiantes que trabajan para mantenerse!). Pero, no obstante, los dos primeros años consiguió la calificación de "Bonus" y el tercero la de "Meritissimus" (Excelente).
Quizás fue a partir de esta experiencia que maduró la decisión de dedicar su obra sobre todo a los más pobres: "Los ricos —escribirá años más tarde— tienen colegios para educar a sus hijos; hagamos colegios para educar e instruir a los hijos de los obreros".
Esta experiencia de estudiante y trabajador resultará fundamental a medida que irá discerniendo de una manera más clara la misión a la que se sentía llamado, y organizará su proyecto al servicio de la educación y la familia. De aquí derivó la idea de una pedagogía familiar y la necesidad de una colaboración estrecha entre la escuela y la familia.
De este período también ha sido recogido el testimonio de un compañero de seminario: "José Manyanet poseía el don de la amenidad, pero siempre dentro de los límites más correctos". Esto favorecía el aprecio de los profesores y la admiración de los compañeros.
Probablemente la simpatía y jovialidad de su carácter, además de la atracción de sus veinte años, lo hacían tan atractivo que no tardó una joven mujer adinerada en enamorarse de él. Para atraparlo, ella había recurrido a una estratagema, y él para alejarla, no tuvo otro modo que un sonoro revés.
En la defensa de la castidad fue siempre transparente y muy decidido. Educado y amable con todos, también con las mujeres, pero sin permanecer atado a compromisos afectivos que le habrían hecho perder la libertad de poder vivir plenamente su misión de "padre", siempre disponible para atender a todos. Sabía que la castidad es la virtud que hace posible el amor verdadero y la fuerza que empuja al don total y gratuito de uno mismo.
Fuente: San Josep Manyanet, desde Nazaret un profeta para la familia, Sergio Cimignoli, S.F.
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