Si el amor no es dado se estanca, si se da con generosidad fluye como agua limpia dando frescor y produciendo abundantes frutos de vida.
José Manyanet no vivió su amor a la Sagrada Familia como una experiencia exclusiva de su intimidad sino que la volcó a todas las familias. Él entendió, desde su experiencia personal, que solo la familia puede satisfacer las experiencias más profundas de cualquier ser humano: nacer y crecer en un ambiente en que se es amado y reconocido; en el que se vence la soledad y se experimenta la pertenencia, viviendo con compromiso la relación con Dios y con los otros.
Confirmó que la familia no es una invención humana sino divina y que el rechazo de la misma daña al propio hombre. Este rechazo es el origen de la "multitud de males que afligen a la sociedad".
La familia es un bien social, punto de unión entre el individuo y la sociedad, patrimonio de toda la humanidad.
La familia, objetivo de su misión
Su carisma, la finalidad de su obra, es la formación de familias cristianas y el medio privilegiado es la educación e instrucción de los niños y los jóvenes:
"La educación e instrucción sólidamente católica de toda la juventud puesta en manos de sacerdotes y estos religiosos ad hoc llamados por Dios, es, a mi pobre entender, el medio más apto, más sencillo y práctico para reformar la familia y con ella la sociedad".
Escribía:
"Quisiera el cielo que muchos padres entendieran la grandeza de su ministerio y el poderoso influjo que tienen sobre el futuro de la sociedad... Si sus decisiones no siguieran la moda, dejándose fascinar por falsas pretensiones de grandeza o de carrera para sus hijos, sino que comprendieran la sublime misión que tienen encomendada de hacer presente la paternidad de Dios en medio de los hombres, entonces su casa llegaría a ser verdaderamente una morada de paz y bendición".
Así la familia se convierte en un lugar en el que se pregustan las realidades del cielo. En el cuidado atento de las relaciones y en el respeto recíproco se pueden crear los presupuestos para afirmar que se toca el cielo con el dedo. Según Josep Manyanet, en esto es determinante el rol de la mujer:
"Si ella une a todas sus cualidades, un rostro sonriente capaz de apaciguar la rabia; maneras tranquilizadoras que inviten a la paz y a una actitud de ternura y acogedora para el marido, para los hijos y para aquellos a quienes puede ser útil, ella pone las condiciones para crear un ambiente feliz en la tierra que llega a ser anuncio de felicidad y de gloria eterna en el cielo".
José Manyanet no vivió su amor a la Sagrada Familia como una experiencia exclusiva de su intimidad sino que la volcó a todas las familias. Él entendió, desde su experiencia personal, que solo la familia puede satisfacer las experiencias más profundas de cualquier ser humano: nacer y crecer en un ambiente en que se es amado y reconocido; en el que se vence la soledad y se experimenta la pertenencia, viviendo con compromiso la relación con Dios y con los otros.
Confirmó que la familia no es una invención humana sino divina y que el rechazo de la misma daña al propio hombre. Este rechazo es el origen de la "multitud de males que afligen a la sociedad".
La familia es un bien social, punto de unión entre el individuo y la sociedad, patrimonio de toda la humanidad.
La familia, objetivo de su misión
Su carisma, la finalidad de su obra, es la formación de familias cristianas y el medio privilegiado es la educación e instrucción de los niños y los jóvenes:
"La educación e instrucción sólidamente católica de toda la juventud puesta en manos de sacerdotes y estos religiosos ad hoc llamados por Dios, es, a mi pobre entender, el medio más apto, más sencillo y práctico para reformar la familia y con ella la sociedad".
Escribía:
"Quisiera el cielo que muchos padres entendieran la grandeza de su ministerio y el poderoso influjo que tienen sobre el futuro de la sociedad... Si sus decisiones no siguieran la moda, dejándose fascinar por falsas pretensiones de grandeza o de carrera para sus hijos, sino que comprendieran la sublime misión que tienen encomendada de hacer presente la paternidad de Dios en medio de los hombres, entonces su casa llegaría a ser verdaderamente una morada de paz y bendición".
Así la familia se convierte en un lugar en el que se pregustan las realidades del cielo. En el cuidado atento de las relaciones y en el respeto recíproco se pueden crear los presupuestos para afirmar que se toca el cielo con el dedo. Según Josep Manyanet, en esto es determinante el rol de la mujer:
"Si ella une a todas sus cualidades, un rostro sonriente capaz de apaciguar la rabia; maneras tranquilizadoras que inviten a la paz y a una actitud de ternura y acogedora para el marido, para los hijos y para aquellos a quienes puede ser útil, ella pone las condiciones para crear un ambiente feliz en la tierra que llega a ser anuncio de felicidad y de gloria eterna en el cielo".
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