miércoles, 4 de septiembre de 2013

Preciosa Joya de Familia: El matrimonio, camino de santidad, por Sergio Cimignoli, S.F.

José Manyanet invita a los casados a reconocer la dignidad del matrimonio: es una llamada a la santidad y a la práctica de grandes virtudes:

"Todos los estados son buenos y en cualquiera de ellos puede uno santificarse con tal al mismo sea llamado por Dios y cumpla en él sus deberes con fidelidad... Resulta, pues, que si bien por muchos siglos y en algunos pueblos, la unión justa del hombre y la mujer tuvo el simple carácter de contrato natural, para quien cree ha sido instituida por el mismo Dios Creador en el paraíso terrenal entre nuestros padres, Adán y Eva, cuya unión Él mandó y bendijo... Siguiendo estas leyes del Señor muchos se santificaron en el matrimonio. Cuando después Cristo vino al mundo para redimir al hombre... quiso no solo restituir al matrimonio la dignidad del principio sino que lo elevó a sacramento. Enriqueciéndolo con gracias particulares para superar las dificultades, para reforzar los corazones, para mantener la paz, y para unir no solo los cuerpos sino también las almas. De modo que se pueda cumplir, de verdad, la palabra: "Serán dos almas en un solo cuerpo".

Como dice san Pablo a los fieles de Efeso:

"El sacramento del matrimonio es un sacramento grande, mirando a Cristo y a su Iglesia, cuya unión en él se significa. Por lo tanto, grande es su santidad, y tan amable y respetable, que exige de quien se casa que ponga un delicado y continuo esfuerzo y una permanente atención".

José Manyanet, siguiendo el pensamiento de san Pablo, deduce que quien se ha casado está en desventaja en relación a quien ha hecho una opción exclusiva por el Señor en la vida religiosa porque puede estar distraído por las preocupaciones que le traen la mujer, los hijos y los negocios del mundo. Pero sorprendentemente, afirma:

"Si pone todo el esfuerzo y busca encontrar a Dios en todo puede llegar a ser tan virtuoso y santo de aventajar a muchos religiosos".

Y para demostrarlo refiere la narración de Casiano que:

"Yendo un simple labrador a ofrecer las primicias de sus frutos al abad Juan, varón venerado como santo en aquellos desiertos, halló a este que hacía algún tiempo batallaba para echar del cuerpo de un pobre hombre al maligno espíritu. Pero apenas se acercó el labrador, Satanás se alejó inmediatamente. Asombrado, el abad preguntó al labrador qué estado tenía, qué ejercicio hacía y qué virtudes practicaba. A lo que respondió el sencillo labriego: "Estoy casado y me ocupo en la humilde y trabajosa vida del campo... Once años ha que soy casado y he vivido en paz, amor y quietud con mi mujer, no pasando un día que juntos no hagamos alguna cosa del agrado del Señor..."

Josep Manyanet está convencido de que:

"Si el matrimonio es un proyecto de Dios para el hombre y para la mujer, seguramente Él no permitirá que falte su gracia para que quien se casa pueda servir al Señor con mucha perfección... Casados eran los patriarcas, los profetas, Moisés mismo estaba casado, algunos de los apóstoles estaban casados... ¿No consiguieron quizás un alto grado de virtud y santidad?... ¿No son innumerables los santos, hombres y mujeres, que la iglesia venera en los altares y que se santificaron en el matrimonio?"

Un sabio consejo que daba a los esposos de su tiempo y es muy útil también para los de hoy:

"Abandonar las sutiles excusas sobre la pesadez de las obligaciones del matrimonio que favorecen la pereza y el abandono y, al contrario, esforzarse generosamente. Se encontrará tiempo para todo. Lo importante es poner en el centro de los propios esfuerzos la relación con la esposa y con la familia sin ir a la búsqueda de compensaciones peligrosas. Algunos por apatía y olvido de sus deberes más sagrados y otros porque dominados por las modernas distracciones abandonan la casa y la familia. Incluso si trabajan cada día para ganar el pan y afrontar las otras necesidades de la casa, al fin del día, no sosteniendo el peso de las relaciones familiares, prefieren frecuentar los círculos, el café o las tabernas, descuidando a la esposa y a los hijos. Es importante estar cercanos a Dios para conseguir el discernimiento y el equilibrio justo. Equilibrio que es necesario tener también para valorar el compromiso en la Iglesia y por las devociones que ocupan demasiado tiempo con perjuicio de los deberes que se tienen en casa y para la familia. Una verdadera devoción ayuda al cumplimiento de los propios deberes y deja tiempo para lo demás".

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